Menos aparatos y más zapatos


Parece mentira que hayan pasado ya doce años desde que me metí en la enseñanza. Cómo vuela el tiempo. Todavía me acuerdo de cuando estaba haciendo el máster en educación, de la gente que conocí y de las experiencias que tuve. Recuerdo cómo la gente hablaba de que habría robots con aspecto humano en las clases, por lo menos una tablet y un ordenador por alumno, una pizarra digital en cada aula… En fin, recuerdo cómo pensábamos que parte de nuestros problemas educativos en España, como la motivación de nuestros alumnos, se solucionarían con la implantación de las TICs en nuestras escuelas. Qué equivocados estábamos.

Lo cierto es que sí que, con el nuevo gobierno, se invirtió más en educación, salieron más plazas en las oposiciones… Todo parecía que iba a mejorar ya que se estaba haciendo en apariencia lo que todos habíamos estado pidiendo. Sin embargo, lo que no nos paramos a pensar en aquel momento fue en cómo se estaba invirtiendo el dinero y en cómo estábamos seleccionando a nuestro futuro personal docente. ¿Pero acaso no se estaba dedicando más dinero a la educación? ¿No deberíamos de haber dado gracias y contentarnos? Pues no. Nuestro gobierno invirtió en educación, sí, pero eso no quiere decir que lo hiciera sabiamente ni donde era necesario. Con la “moda” de las TICs, todos pensábamos que nos esperaba un futuro brillante y tecnológico, pero no fue así. Nuestro país se gastó el dinero en contratos con grandes compañías de última tecnología y rediseñó los centros para que estuvieran adecuados al uso de las TICs. En efecto, las aulas se convirtieron en grandes salas informatizadas, los alumnos en esclavos de la tecnología, cada vez sintiéndose más y más ajenos a la naturaleza y al mundo que les rodeaba, completamente absortos en sus pantallas. La invasión de las TICs en el terreno del profesor había conseguido que este desapareciera cada vez más y más hasta que su función se relegó a la de un mero técnico en el aula, encargado de encender los aparatos y asegurarse de que funcionaban bien.  

Afortunadamente, la tercera parte del dinero invertido se dedicó a la investigación. La publicación de nuevos estudios comparando la educación del momento y la de hace una década empezó a dispararse. La mayoría de los investigadores llegaba a la conclusión de que nuestra educación no necesitaba tantos aparatos sino algo mucho más sencillo que habíamos estado obviando: necesitábamos un sistema educativo mucho más justo y mejor formado. Los estudios también informaban de que la motivación de los alumnos no había aumentado, sino decrecido. ¿Cómo reaccionamos a esta situación? Sorprendentemente, frente al abrumador número de artículos publicados, el gobierno se empleó a fondo y, de un volantazo, cambió completamente el sentido de la educación. Cambió radicalmente la forma en la que estaba invirtiendo el dinero, decidió invertir más en lo inmaterial que en lo material, y anunció su nueva campaña con el eslogan “menos aparatos y más zapatos”. Eso es. El gobierno empezó a poner nuestro dinero en lo que realmente importaba: un sistema de educación de calidad y justo. El dinero se empezó a destinar a solucionar el problema económico de las familias en situaciones desaventajadas, asegurándose de que nadie pasaba hambre, que todos tenían ropa que ponerse, un hogar digno, y que no había desigualdad de oportunidades. También se destinó a la formación de profesores de calidad, a la actualización de los que ya estaban ejerciendo y al fomento del respeto por la figura del docente mediante campañas publicitarias del ministerio, que comparaban al profesor con el médico, ambos teniendo que dar no sólo un servicio, sino un servicio de calidad, un tratamiento justo y adecuado al paciente.


La sociedad española cambió drásticamente. De esos años, empezó a surgir una educación de una calidad que nunca se había visto hasta entonces. Esto no se debió al número de aparatos que había en las aulas, no, se debió a que el dinero se empezó a invertir donde realmente hacía falta. El minimalismo y el respeto humano y el cuidado del medio ambiente empezaron a valorarse en gran medida y a fomentarse en las escuelas. Los principios de “menos es más” y de “mejor calidad que cantidad” se empezaron a aplicar. Las relaciones humanas empezaron a resurgir de sus cenizas, como cuando te despiertas de un largo y vacío sueño, desorientado pero con ganas de activarte y de dar gracias por lo que tienes. Parece mentira que hayan pasado sólo doce años, pero echando la vista atrás, me siento orgullosa de lo que hemos conseguido. Quizás tuvimos que pasar “la invasión de las TICs” y la deshumanización del profesorado para darnos cuenta de lo que realmente necesitábamos y aprender de nuestros errores. Me gusta pensar que las nuevas generaciones serán mucho más agradecidas con su entorno, con los demás y consigo mismos, que serán capaces de valorar lo que realmente importa: unos buenos zapatos y no unos cuantos aparatos.


Comentarios

  1. Magnífica exposición de una realidad futura que puede llegar a ser cierta, sin embargo espero que nuestros gobernantes no se dejen llevar por las nuevas tecnologías e inviertan más en "zapatos".
    Una de tus mejores entradas👏👏

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    1. ¡Muchas gracias! En esta entrada quise meterme en el papel de un posible yo del futuro y reflexionar un poco sobre el rumbo que pueden tomar las cosas. Esperemos no tener que pasar por ello y que reaccionemos antes de tiempo.

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